domingo, 6 de mayo de 2012

Y sólo decir que quien lo siente, lo sabe.

En el fondo, a todos nos gusta pensar que somos fuertes. Que vamos a poder con todo lo que 
nos venga encima, que pudimos con lo de ayer y que podremos también con lo de mañana. 
Pero más en el fondo, sabemos que eso no es verdad. Porque ser fuerte no consiste en ponerse 
una armadura antirrobo ni en esconderse detrás de un disfraz; ser fuerte consiste en asimilarlo. 
En asimilar el dolor y en digerirlo, y eso no se consigue de un día para otro, se consigue con el 
tiempo. Pero como por naturaleza solemos ser impacientes y no nos gusta esperar, escogemos 
el camino corto. Escogemos el camino de disfrazarnos de algo que no somos y disimular.
 Sobretodo disimular.Si, a todos nos gusta disimular los golpes, sonreír delante del espejo y salir
 a la calle pisando fuerte, para que nadie note que en realidad, lo que nos pasa de verdad, es 
que estamos rotos por dentro. Tan rotos que ocupamos nuestro tiempo con cualquier estupidez
 con tal de no pensar en ello, porque el simple hecho de pensarlo hace que duela. Pero a veces, 
bueno… a veces tienes que darte a ti mismo permiso para no ser fuerte, bajar la guardia y darte
 una tregua. Está bien bajar la guardia de vez en cuando. No queremos hacerlo porque eso 
supone tener un día triste, uno de esos viernes que saben a domingo, un día de esos que duelen, 
de recordar y echar de menos. A los que ya no están, y a los que están, pero lejos. Sin embargo,
 hay momentos que es lo mejor que puedes hacer: darte una tregua. Poner tu lista de 
reproducción favorita, tumbarte en la cama, y si hace falta llorar. Llorar todo lo que haga falta. 
Eso no nos hace menos fuertes; eso es lo que nos hace humanos.

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